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jueves, 1 de diciembre de 2011

Gestión del Espacio en el Aula

ESCUELA TRADICIONAL:










ESCUELA NUEVA:










La gestión del espacio dependerá de la dinámica de las actividades. Para ellos tendremos en cuenta:


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  • Buscar la distribución compatible con el tipo de actividad que queramos desarrollar.
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  • Minimizar el efecto de elementos ajenos a la actividad que puedan generar distracciones.
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  • El docente no debe permanecer en un lugar fijo. La aproximación favorece la comunicación y la distancia la dificulta.

Distribución en herradura:

Asientos colocados de forma próxima al círculo. Favorece el contacto visual y el intercambio verbal. Ideal para fomentar la interacción y seguir un modelo de aprendizaje cooperativo




Distribución en grupos de trabajo:

Mesas colocadas en pequeños grupos. Para trabajar en equipo.



Distribución en hileras:

Pupitres encarados a la pizarra. Relacionada con modelos tradicionales y jerárquicos, no favorece la comunicación entre todos los miembros, aunque puede ser interesante para inhibir la interacción entre alumnos

Usos y significados del espacio escolar

COMO ELEMENTO DEL CURRÍCULUM OCULTO

Todos los espacios de la escuela están cargos de significados en su misma configuración y, claro está, en su uso. Así vemos, por una parte, que en algunos centros existe Sala de Profesores, pero no Sala de Alumnos. La Sala del profesorado es un territorio inaccesible para el alumnado. No hay un lugar similar en el centro al que los profesores no tengan acceso.
Por otro lado, se da con frecuencia que en los centros hay servicios de profesores y de alumnos. Es una diferenciación espacial que responde a una diversidad de status (el criterio no tiene la referencia lógica del número de usuarios o la estatura de los mismos o la proximidad a los lugares en que se trabaja). Es la condición de ser profesor o alumno lo que marca la diferencia. No resultaría razonable, aunque es igualmente factible, que hubiera unos servicios para directivos y otros para profesores. El problema se agrava si unos servicios tienen toallas, jabón y papel higiénico, y los otros carecen de ello.
El espacio del aula se distribuye de una forma peculiar. El profesor tiene una movilidad grande por todo el espacio y disfruta de una zona propia. Por eso dice a un alumno: «Sal a la pizarra». Es decir, abandona tu espacio y ven aquí al mío. Además, este espacio se configura con unos patrones que subrayan la autoridad institucional.
Esa concepción genera también una jerarquía epistemológica. Lo que dice el profesor o profesora, por el hecho de decirlo esas personas, tiene mayor verosimilitud, mayor trascendencia e, incluso, mayor verdad que lo que dicen los alumnos y alumnas. El profesor tiene una mesa de mayor tamaño que las de los alumnos, se sitúa sobre una tarima, dispone de un encerado próximo... Los alumnos suelen estar colocados en filas, de modo que la comunicación horizontal es prácticamente imposible. El saber, en la escuela, es jerárquico y circula de forma descendente.



COMO INSTRUMENTO DIDÁCTICO

El espacio tiene una función didáctica. O, si se prefiere, al servicio de la didáctica. Pocos espacios están menos aprovechados socialmente que las escuelas. Tres meses de vacaciones, dos días a la semana, la tarde de cada día, permanecen cerrados. Existen, paradójicamente, necesidades apremiantes de espacio para el ocio, el deporte y la cultura.
La apertura del espacio escolar al medio exige una corriente de doble dirección. Del centro hacia el entorno y del entorno hacia el centro. La clausura de las escuelas no beneficia a nadie. Un ejemplo: un Instituto de Bachillerato convierte su biblioteca en el eje del proyecto educativo (a ella acuden las personas que viven en la zona ya que el centro tiene un convenio con el municipio para adquirir un tipo de libros mientras la biblioteca municipal adquiere otros). Así, los alumnos acuden a un espacio cultural externo para consultar otro tipo de obras.
La metodología exige una flexibilidad espacial para adaptar el lugar a las exigencias de la comunicación didáctica. El trabajo individual, la actividad en grupos, la participación en una experiencia en la que intervienen muchas personas, requieren espacios diversos o flexibilidad del único espacio existente. La rigidez en la utilización del espacio ha inducido a comportamientos docentes/discentes monolíticos y, a veces, contradictorios con los principios didácticos. Así, unas aulas incomunicadas han dificultado el trabajo interdisciplinar y el aprendizaje globalizado.


COMO LUGAR DE CONVIVENCIA Y DE RELACIONES

Hay espacios que se configuran para el trabajo, aunque la convivencia sea sacrificada. La eficacia es el máximo objetivo de algunas empresas. No ha de ser así en la escuela, lugar en el que se pretende no sólo aprender a pensar sino aprender a convivir.
Los lugares de convivencia más libre, como los patios, la cafetería, la Sala de Alumnos, han de estar cuidados y habilitados adecuadamente.
La clausura de algunos lugares de la escuela tiene como razón la comodidad del profesorado, no la convivencia de los alumnos. Es difícil que los alumnos puedan sentir como suyo un espacio que está regido por normas y reglas que no comparte y que le sitúan en una posición de sospechoso.
Los espacios escolares deben favorecer la convivencia entre ambos sexos. Pero eso no se consigue desde la discriminación y el aislamiento. Los lugares de mujeres, la utilización del patio para juegos que acaparan los varones, la realización de actividades extraescolares discriminatorias, empobrece la dinámica de la comunicación.


COMO ÁMBITO ESTÉTICO

Es curioso que la estética de las aulas, su ornamentación, su ambiente acogedor, vayan siendo cada vez más descuidados a medida que se avanza en el sistema educativo. Las aulas de Educación Infantil están bien iluminadas, adornadas con motivos diversos, tienen un cuidado material didáctico... Las aulas de Bachillerato tienen la adustez de las celdas monásticas y el deterioro causado por el uso y el descuido. No es que todas estas cuestiones pierdan importancia con la edad. Prueba de ello es que los alumnos y alumnas en sus casas muestran un especial cuidado en mantener su habitación acogedora y ambientada.
La libertad de los alumnos y alumnas para ornamentar las aulas, las dependencias y los pasillos del centro suele chocar con la censura o, mejor dicho, con la autocensura. ¿Por qué van a realizar propuestas si van a ser rechazadas? Muchos de los motivos y de las temas que despiertan su interés no son fácilmente asimilables por la cultura de la escuela.
La construcción, el uso y la ornamentación de los espacios escolares está dominada por la funcionalidad, sin que los usuarios expliciten su valor estético, incluso cuando se les pregunta acerca de la cuestión (Gutiérrez Pérez, 1993).


COMO TERRITORIO DEL SIGNIFICADO

El espacio está lleno de significados. Su configuración, su uso, su apertura/clausura, su ornamentación, constituyen una sintaxis en el discurso de la escuela. El significado está determinado por la cultura, y las diversas subculturas que existen en la institución.

· Los espacios de la autoridad.
La utilización privilegiada de los espacios por la autoridad no es, a mi juicio, educativa. Lo cual no quiere decir que no se necesiten lugares específicos requeridos por las necesidades de la función. Pero la magnificencia de los despachos, la excelencia del mobiliario, la ornamentación costosa, la limpieza de diferente atención a la del resto del edificio, son muestras de escaso respeto al alumnado que según se manifiesta en los documentos y en las teorías, es el protagonista de la educación.

· Los espacios del género.
Encontramos referencias al género en la utilización y la ornamentación de los espacios. Es frecuente, por ejemplo, que existan espejos en los lavabos de las alumnas y no en los de los alumnos; que las duchas de las chicas tengan una mayor protección a la visibilidad que las de los chicos, etc. No es acertado, desde un planteamiento integrador, marcar diferencias discriminatorias a través de la utilización del espacio.

· Los espacios del ocio
Los patios tienen una extensión, una distribución de zonas y una utilización peculiar en cada centro. La cultura de los grupos y subgrupos de la escuela acota territorios e impone unas rutinas no siempre acordes con la racionalidad y la justicia de una práctica educativa. Por ejemplo, el campo de fútbol es utilizado por los alumnos mientras las niñas se ven constreñidas a pasear o a charlar en zonas marginales.

· Los espacios del trabajo.
En la escuela no solamente hay aulas. Hay laboratorios, cuyo uso está condicionado por las dimensiones, la ubicación y los materiales. La biblioteca se halla con unas condiciones determinadas de iluminación, silencio, capacidad y asistencia. Tal vez haya, o puede haber, talleres para actividades curriculares o complementarias. En todos ellos ha de primar una estructuración y un uso acordes con las finalidades didácticas que se pretenden alcanzar.

· Los espacios de encuentro.
Muchas veces, cuando los padres o madres acuden a la escuela para entrevistarse con el tutor o tutora, se ven obligados a mantener una entrevista en medio del pasillo, en el aula todavía sin limpiar, en la Sala de Profesores...
Los miembros de los Seminarios han de reunirse en lugares pequeños, si es que existen zonas específicas para ello, los delegados se reúnen en el despacho del Jefe de Estudios...

· Los espacios de la movilidad.
El espacio tiene una dimensión dinámica constituida por su transibilidad. Los límites de los espacios marcan territorios privados y las normas relativas al movimiento abren y cierran caminos dentro y fuera del aula. La movilidad requiere espacios vacíos por los que se pueda transitar libremente. Hay espacios muertos (Loughlin y Suina, 1987) en los que los alumnos «tienden a permanecer porque no existen senderos claros que los lleven fuera».

· Los espacios de la diversidad
En un centro existen alumnos y alumnas de muy diversas características. En algunas escuelas no se muestra preocupación alguna por los alumnos zurdos, por los deficientes físicos (sordos, ciegos, ambliopes...), por los de baja o alta estatura... La adecuación de las características del espacio a las necesidades de los usuarios es un factor educativo, ya que se asienta en la dignidad de las personas y en la igualdad de sus derechos.
El profesor o profesora tiene, a juicio de Loughlin y Suina (1987), cuatro tareas principales en la disposición de la estructura básica del ámbito de aprendizaje, a saber: organización espacial, dotación para el aprendizaje, disposición de los materiales y organización para propósitos especiales. En todas estas tareas, y en las que se refieren al centro como unidad de planificación, intervención, evaluación y cambio, pueden plantearse diferentes formas de intervenir en la condición educativa de los espacios escolares:

— En el diseño del edificio los protagonistas han de manifestar a los arquitectos cuáles son las pretensiones educativas, las actividades que se van a realizar, el tipo de grupos con el que se va a trabajar, etc., con el fin de que traduzcan a ladrillos aquellas exigencias didácticas. Esto permitiría adaptar la construcción de las escuelas a las características arquitectónicas del entorno y a las exigencias educativas de la institución.

— Se ha de reflexionar sistemática y colegiadamente sobre la naturaleza del espacio, sus significados, sus implicaciones para el aprendizaje y la convivencia. Obtener fotografías de diversos lugares y objetos puede ayudar a descifrar con los protagonistas su funcionalidad, su sentido y su estética.

— Debe favorecerse la flexibilidad en el uso de los espacios. Esto quiere decir que la estructura y la distribución tienen que estar al servicio de las pretensiones educativas. Puede que éstas sean diferentes de un año para otro, de un día para otro. La rigidez en la configuración del espacio supone frecuentemente una condena metodológica.

— El uso del espacio escolar ha de ser más democrático. No es aceptable que no exista acceso al teléfono para los alumnos, que éstos no tengan posibilidad de hacer fotocopias, que no puedan tomar un café donde los profesores pueden hacerlo.

— Se han de contemplar los espacios a la altura de la mirada de los niños y niñas. Hay que mirar desde sus ojos, ponerse en su lugar para comprender la percepción que tienen de los mismos y la vivencia que de ellos tienen.

— El espacio se debe abrir a la expresión de los protagonistas. No sólo se trata de aprender sino de comunicarse.
Es conveniente disponer de paneles donde se pueda colocar documentos, de murales donde se pueda escribir y de medios para poder manifestarse.

— Es preciso alcanzar un máximo de seguridad, tanto en lo que se refiere a situaciones de emergencia(incendios, inundaciones...) como en lo que afecta a la vida ordinaria (accidentes leves y graves).

— La jardinería y el arbolado de los accesos y los patios favorece un ambiente agradable y, además, ofrece la oportunidad del cuidado y del respeto a las plantas y a la naturaleza.

— La capacidad de los centros ha de revisarse porque es una cuestión fácilmente engañosa. Donde cabían 400 sentados pueden estar 8.000 de pie. Por eso hay que pensar en un tamaño ideal de los centros y adecuar la capacidad a esas exigencias de número.

— Se debería investigar sobre el valor del espacio como factor educativo. No solamente como elemento vicario de la tarea didáctica sino como parte del currículum que se desarrolla en la escuela. Para investigar hay que liberar la opinión de los usuarios en un clima de libertad. ¿Cómo se sienten en ese espacio? ¿Qué convivencia propicia, a su juicio? ¿Qué libertad de tránsito por el territorio escolar tienen los usuarios?

— Debemos hacer de las escuelas lugares acogedores para el profesorado y para el alumnado. Lugares que puedan ser considerados propios porque la participación alcanza a su uso democrático, a su adorno peculiar, a su exquisita limpieza y a su vivencia compartida.

En el centro escolar se viven muchas horas, se comparten muchas actividades y se establecen muchas relaciones. Es importante que el marco que acoge toda esta actividad pretendidamente educativa sea habitable en cuanto a la convivencia, racional en cuanto a las finalidades, y democrático en cuanto al uso. No es justo, aunque si resulta un indicador de la jerarquía de valores implantada en la sociedad, que cuando se entra en un Banco se encuentre aire acondicionado, plantas abundantes, música ambiental, originalidad en la construcción y amplitud de espacio, mientras que en una escuela se encuentren malos olores, paredes desconchadas, ruidos debidos a la mala insonorización, monotonía arquitectónica y escasez de metros cuadrados. Esto se debe a que una escuela es una escuela y un Banco es un Banco. Digan lo que digan los expertos en educación, los políticos que la administran y los profesionales que la desarrollan.